[Escrito mínimo (373p.) de la Parte V de El viaje]
-Del entendimiento de dos pueblos en una Nación, un Estado-
Una ciudad santa, al menos de nombre.
Dos pueblos en extremo religiosos, pero no pacifistas.
Llegué en el día de mayor recogimiento espiritual del año para uno de esos pueblos.
Era notable la calma en las calles, con comercios y oficinas cerradas, con movimiento únicamente en templos y lugares de culto.
Al otro de esos dos pueblos pertenecía el joven que me acompañaba.
Ese joven profesaba la otra religión, la religión hermana, como él la llamó. Por eso podía trabajar y desplazarse con libertad ese día.
Las fechas religiosas son respetadas con escrúpulo por toda la sociedad, incluso por los entes públicos pues el estado es confesional (cada institución siguiendo las costumbres de los fieles a los que sirve).
El único ente que siempre permanece «de guardia» es el consejo binacional, encargado de velar por la concordia con la autoridad para vetar decisiones que transgredan la paz social.
Las calles que transitamos estaban libres pero igual íbamos lento, como señal de respeto: Hay que tener empatía, en esta zona están en pleno servicio religioso, me dijo mi guía, A mí no me gustaría que perturbaran mis ritos sólo porque alguien quiere acortar camino o evitar tráfico. Son comunes los casos de fieles que defienden sus creencias ante lo que consideran ofensas intencionales.
Me contó algunos de esos casos para luego hablarme un poco de la historia de la nación en general, mezclada con leyendas y mitos que exaltaban sus propias creencias.
Me fue difícil distinguir los hechos verídicos con precisión, tal era la seguridad que transmitía en todo lo que decía. Lo que sí me quedó claro es que la ciudad, y la mayor parte del territorio nacional, es sagrado para los creyentes de esas dos religiones hermanas.
Les une tal sentimiento de arraigo, se sienten identificados con quienes lo poseen.
Lo darían todo por su territorio, por los monumentos que sobre él descansan.
Darían hasta sus propias vidas.
Todos tienen la certeza de que sus correligionarios también lo harían, al igual que sus yuxreligionarios, pues aquellos connacionales que practican la religión hermana lo hacen a la par, con la misma convicción, en los mismos términos, en el mismo territorio.
Territorio que saben los une indefectiblemente, sin posibilidad de separación.