Secciones de esta recopilación
01. Un atropello sonriente
02. Un deseo soberbio
03. Una sombra patente
04. Un aleteo sonriente
05. Una selección táctica
06. Una lección soberbia
07. Una obstinación resignada
08. Un golpeteo patente
09. Un apuro sonriente
10. Un trabajo táctico
11. Un reparo vehemente
12. Una asistencia soberbia
13. Una incursión infantil
14. Un rescate resignado
15. Una invocación patente
16. Un motivo sonriente
17. Un pretexto senil
18. Una retirada táctica
19. Un decomiso canino
20. Una esperanza vehemente
21. Un despertar soberbio
22. Un proyecto infantil
23. Un atasco olvidadizo
24. Una aclaratoria resignada
25. Una vida patente
26. Una mirada sonriente
27. Un consejo senil
28. Una huida táctica
29. Una decisión paternal
30. Un rastreo canino
31. Un reporte policial
32. Una querencia vehemente
33. Una preocupación soberbia
01. Un atropello sonriente
Va caminando por una calle, sin pensar: no sabe cómo, nunca aprendió.
Mira a la gente a su alrededor, sin pensar, sin juzgar, sin mayor interés.
Se tropieza con alguien, no le pide disculpas. No porque no quiera sino porque algo le conmueve, porque su aroma le conmueve, su aroma le hace recordar, añorar, un tiempo pasado en un lugar lejano.
Sigue caminando, sin parecer darse cuenta que camina, ni que le insultan por aquel tropiezo avivador de recuerdos, ni mucho menos que sigue el paso de un apuro vacío.
Sigue caminando cuando de pronto siente un fuerte golpe en el costado de su cadera que le hace ladearse sin control hasta que una placa metálica detiene su caída a medio camino del suelo con un golpe en el codo y otro en la cabeza.
Rueda por el pavimento.
Abre los ojos: ve el cielo, ve las nubes, ve un semáforo.
Presta atención: oye gritos, pedidos de auxilio, lamentos, justificaciones.
Cierra los ojos, deja de prestar atención: vuelve a su recuerdo, vuelve a aquel aroma, sonríe.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo primero: Sonriente,
junto con 04.UnAleteo; 09.UnApuro y 16.UnMotivo y 26.UnaMirada
02. Un deseo soberbio
Camina con mesura por una gran avenida, observándolo todo, evaluándolo todo. Distingue personas de todo tipo, en especial le agrada ver a los niños jugar y recordar a sus propios hijos.
Alguien en particular le llama la atención, alguien que parece caminar sin pensar, que parece estar moviéndose en otra dimensión, que parece no tener conexión con su entorno, con quienes le rodean.
Detalla su caminar, mira cómo se le acerca sin venir a su encuentro, cómo le ve fijamente pero sin mirarle, cómo entiende sin pensar. De repente se percata que la calle es más estrecha justo donde se encontrarán si mantienen velocidad y dirección, se percata que le correspondería el paso (según las leyes de urbanidad vigentes) pero que, obviamente, no le será cedido.
Desea evitar la confrontación pero se niega a renunciar a sus derechos por la rareza de alguien.
Desea ayudarle a despertar pero no lo logra: chocan, y el resultado es peor de lo esperado, siente que no hubo distracción sino alevosía. Le reclama pero su indiferencia es total, es una indiferencia insultante, es la indiferencia de quien considera al otro un ser inexistente: un no-ser.
“La antítesis del amor no es el odio, es la indiferencia”.
Se enfurece, le insulta sin recibir respuesta, e incluso cree distinguir una leve sonrisa en su rostro.
Ve como se aleja. Le desea la muerte, lo grita con toda su alma, se lo grita una, dos, tres veces.
A la tercera vez, ve cómo un carro le pega en el costado de la cadera, haciéndole ladearse, golpear la cara al capó y rodar por el pavimento.
Su deseo se había cumplido.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo segundo: Soberbio,
junto con 06.UnaLección; 12.UnaAsistencia; 21.UnDespertar y 33.UnaPreocupacion.
03. Una sombra patente
Va manejando, piensa en su casa, en lo que le espera en casa. Piensa en su familia, en descansar y compartir, en sus deberes y los problemas que tiene (y tendrá) que resolver.
Se distrae viendo un perro que sacaron a pasear (bien amarrado, con bozal incluido) y que va al trote, contento, complacido, alerta: Tal vez podría conseguir un perro, se dice.
Manejaba más rápido de lo usual, como si huyera de algo, de una sombra: Había oído insultos y un “¡Ojalá te mueras!” no muy lejos. No deja de incomodarle la agresividad citadina a pesar de vivir en la ciudad desde hace mucho. Por instinto busca pasar de largo.
Se acerca a la intercepción con una calle concurrida, la vía está libre. En un santiamén ve a la gente esperando en la orilla de la acera a que cambie el semáforo, ve cómo alguien llega caminando enérgicamente, casi corriendo, casi con desespero, para frenar de golpe al borde de la acera, y además cree distinguir a quién están insultando; así lo supone pues todo el mundo le sigue con la mirada a pesar de (o gracias a) su indiferencia.
Oye de nuevo cómo le desean la muerte y deja de indagar: le parece indebido detallar gente desconocida y mucho más si le están deseando la muerta. Aquello sentía cuando ve surgir una sombra frente al carro y acciona el freno y oye otra invocación deletérea, profunda, real; que relaciona con la sombra.
Cierra los ojos, desea haber visto mal, logra frenar pero igual oye un golpe seco contra su parachoques.
Abre los ojos, ve sangre, ve un cuerpo tirado en el pavimento.
Quiere cerrar los ojos para abrirlos de nuevo y despertar de la pesadilla.
Quiere cerrar los ojos pero no puede.
Sólo quiere llegar a casa pero no puede.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo tercero: Patente,
junto con 08.UnGolpeteo; 15.UnaInvocación y 25.UnaVida.
04. Un aleteo sonriente
Tenía el extraño don de poner su mente el blanco, de lograr un nivel de concentración inusitado, de hacer que su mente trabajase sin la impertinente interrupción de su consciencia.
Los resultados solían ser desconcertantes, era como poder saber cuál aleteo de cuál mariposa había producido cuál tormenta al otro lado del mundo pero sin llegar a tener consciencia de todos los procesos involucrados.
Pensar es interrumpir el trabajo de nuestra mente, pensar sólo le impide desarrollar todo su potencial, toda su capacidad de procesamiento, decía su dogma de fe: Pensar sólo nos permite calmar nuestras ansias espirituales haciéndonos creer, con unos breves destellos de razonamiento lógico, que tenemos algo de control cuando en realidad vivimos en un mundo lleno de incertidumbre, de aleatoriedad.
Le gustaba salir a caminar para refrescar su base de datos (según decía) pero aquel día había algo más que le había hecho sonreir, aquel día todo se había alineado (no sabía cómo ni por qué), aquel día sería trascendental, aquel día había tenido la certeza se daría el aleteo que produciría la mayor de las tormentas.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo primero: Sonriente,
junto con 01.UnAtropello; 09.UnApuro y 16.UnMotivo y 26.UnaMirada.
05. Una selección táctica
Estaba al acecho, paciente, con la certeza que en algún momento la persona ideal pasaría.
De repente distinguió un caminar característico, característico de quienes van despistados, de quienes no prestan atención a la gente a su alrededor. Vio cómo caminaba sin pensar.
Evaluó el coeficiente ganancia-riesgo. Sonrió: el riesgo era mínimo, de hecho era tan bajo que cualquier ganancia valdría la pena, incluso la simple ganancia de experiencia.
Empezó el acecho, a una distancia moderada y disimulando su extraño caminar. No sólo veía y estudiaba a su selección sino a quienes los podían ver: a los niños jugando, a los carros que pasaban, a los peatones que iban en su misma dirección; en especial, a aquellos con caminar mesurado, esos que lo van observando todo, evaluándolo todo.
Ya había decidido lo que haría, sólo le restaba esperar el momento oportuno, el momento en que se despejara la vía, el momento en que (en particular) alguien de caminar mesurado que venía en dirección contraria pasara de largo; pero eso nunca ocurrió: Justo se había quedado viendo a su posible víctima, justo tropezaron, justo empezó a insultar y a desearle la muerte a ese ser invisible, convirtiéndole en el centro de atención de todos.
Desistió, el riesgo había aumentado demasiado.
Ya estaba a punto de irse cuando oyó un frenazo y vio como se perdía todo el gran porte de quien le hubiese dañado sus planes iniciales.
Se hizo a un lado y quedó a la espera, al acecho.
Inició una nueva selección
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo cuarto: Táctico,
junto con 10.UnTrabajo; 18.UnaRetirada y 28.UnaHuida.
06. Una lección soberbia
Vio cómo atravesaba la calle con indiferencia, oyó los frenos del carro desesperados por parar, sintió el golpe como si hubiese sido en su propia cadera, sintió culpa ante la sangre derramada, ante ese cuerpo inerte, tirado allí, en el pavimento.
Casi cae al suelo. No podía creer lo que veía, no podía creer lo que había pasado, no podía creer la sincronía entre sus palabras y aquel trágico accidente.
Intentó calmarse, intentó razonar. Respiró profundo. Sintió más culpa aún al no poder evitar pensar que se lo tenía merecido, que se merecía un castigo, una lección de civilidad por tropezarle, por su indiferencia, aunque (debía admitir) resultó desproporcionado: Lo que había querido era que aprendiera una lección, por eso le había insultado, para que se sintiera mal y reflexionara.
Pero nada más.
No había sido su intención desearle la muerte de verdad,
y mucho menos deseársela tres veces y que a la tercera…
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo segundo: Soberbio,
junto con 02.UnDeseo; 12.UnaAsistencia y 21.UnDespertar y 33.UnaPreocupacion.
07. Una obstinación resignada
Camina por una gran avenida, va pensando en el qué dirán vigente, va criticando. Va lo más rápido que puede aún sin tener apuro alguno, va esquivando gente con fastidio por la lentitud que ostentan, con rabia cuando ve que alguien se para justo en la zona más estrecha de la acera sólo para maldecir quién sabe a quién. ¡Increíble!, dice para sus adentros mientreas reduce la velocidad hasta poder pasar: ¿Qué más se puede hacer?.
Se acerca a la intercepción y ve un resquicio entre la gente que se amontona a la espera del cambio de luz del semáforo, y da un suave trote. De repente siente la presencia de alguien que le sigue el paso, que parece seguir por juego el paso de cualquiera que le rebase, que parece caminar sin pensar. Al llegar al borde de la acera se detiene de golpe y ve cómo pasa a su lado en solitario, con extrañeza, como buscando a quién pegarse, como si no entendiera por qué todo el mundo se paraba si iban tan bien.
No pensó en detenerle, sólo vio cómo un carro golpeó su cadera, haciendo que su cuerpo cayera sobre el capó para luego rodar por el pavimento.
«Lo que me faltaba»
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo quinto: Resignado,
junto con 14.UnRescate y 24.UnaAclaratoria.
08. Un golpeteo patente
Abrió los ojos.
Nunca había visto a alguien muerto, ni siquiera en un funeral. Le espantaba la idea. Nunca había visto, ni mucho menos, cómo alguien moría, cómo se le iba la vida del cuerpo.
Por eso intentó huir cuando oyó a alguien, a viva voz, desear la muerte de otra persona.
Por eso intentó poner su mente en blanco cuando vio al aludido caminar como si nada.
Le parecía aterradora su situación:
Veía el cuerpo ahí, tendido en el pavimento, respirando con lentitud, agonizante. Sentía su muerte como un golpeteo insistente, como si ella, la muerte, quisiera entrar en aquel cuerpo a llevarse un alma más.
El golpeteo continuaba cada vez más pertinaz mientras la gente se acercaba, algunos para intentar ayudar al moribundo, la mayoría sólo para ver qué sucedía.
Llevaba largo rato ahí, no sabría decir cuánto. Llevaba largo rato ahí, repasando sin cesar su pesar, encerrada en su reducto, viendo a la gente ir y venir, incapaz de mover un músculo, atormentada por el golpeteo que no cesaba.
De pronto oyó la manecilla de una puerta, sintió que le tomaban por la solapa y vio unos ojos iracundos que le decían: ¡¡Tú lo mataste!! ¡No voy a permitir que te vayas!
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo tercero: Patente,
junto con 03.UnaSombra; 15.UnaInvocación y 25.UnaVida.
09. Un apuro sonriente
Un carro le acababa de chocar, sentía el ajetreo a su alrededor.
Su mente estaba en blanco, trabajando, maquinando por sí sola, más allá de toda consciencia.
Entre el ajetreo oía una voz obstinada que explicaba lo ocurrido, una voz que le nombraba, que describía su actitud como errática (de rémora, decía con desdén), una voz que buscaba calmar a la gente, que parecía querer resolver el asunto para poder irse, una voz que con apuro vacío explicaba cómo había pasado todo, explicaba de quién era la culpa, explicaba qué debía hacerse.
Oyó con satisfacción cómo progresaba hasta que alguien nuevo llegó, gritando, exigiendo reparo, golpeando la ventanilla del carro, obligando a salir a quien manejaba para luego arrepentirse sin lograr comprender lo que le decían con apuro obstinado.
No pudo evitar sonreír: Todo marcha sobre ruedas.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo primero: Sonriente,
junto con 01.UnAtropello; 04.UnAleteo y 16.UnMotivo y 26.UnaMirada.
10. Un trabajo táctico
Estaba inmóvil, al acecho.
Después de estropearse su primera selección creyó que sería una jornada perdida, cuando de pronto oyó un frenazo y vio un cuerpo rodar por el pavimento. Supo de quién se trataba incluso antes de enfocar la vista.
Sonrió para sí: Eso le pasa a la gente que va así, caminando sin pensar. Sonrió aún más cuando entrevió quién sería su nueva víctima y cómo la encararía, pues segundos antes, sólo por un tropiezo, había estado maldiciendo y deseando la muerte justo a quien acababan de arrollar: Si así se cumplieran todos mis deseos…
Siguió detallándole. Vio cómo perdía la postura, cómo todo su gran porte se venía abajo. Se acercó, le llevó a un lado con delicadeza, le preguntó en voz baja qué necesidad tenía de MATAR a alguien así, por qué lo había hecho si sólo había sido un leve tropiezo. Le dijo que irían a la policía, que nunca más vería a su familia.
Todo eso le decía, y mucho más, mientras veía cómo su víctima lloraba, cómo todo se lo creía y lloraba y lloraba y le creía y lloraba y confiaba.
Hizo que se lo diera todo, no sólo su dinero, celular e identificación, sino también las claves de sus rutinas, de su dinero, de su vida digital; además de las llaves y direcciones de su casa y oficina. Se fue, dejándole allí, aparte de todo, como en otra dimensión.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo cuarto: Táctico,
junto con 05.UnaSelección; 18.UnaRetirada y 28.UnaHuida.
11. Un reparo vehemente
Oye gritos a lo lejos, ve un arrollamiento.
Quiere saber cómo es quien manejaba, pero no sale del carro.
Se acerca. No puede creer tanta frialdad, tanto desprecio: ¿Cómo es posible que siga en el carro?, se dice, ¿Será que piensa huir?
No lo puede permitir.
Se agita, sin darse cuenta está corriendo.
Debe hacer algo, aclarar la situación, corregirla.
Llega al carro,
toca la ventanilla,
siente que le ignora.
Golpea la ventanilla,
siente ira pura.
Su rostro está al rojo vivo.
¿Quién se ha creído? ¿Qué estará pensando hacer?
El motor está en marcha, la velocidad está puesta: Todo en orden para arrancar.
Sin pensarlo, sin querer, se encuentra con la manecilla de la puerta,
la acciona,
abre con facilidad.
Siente extrañeza.
—
No fue necesario increpar, no había forma:
No hay forma de increpar a alguien catatónico.
Vislumbra otra escena posible.
Se siente culpable,
pide perdón pero no obtiene respuesta.
No puede creer todo lo que hizo,
todo lo que pensó.
Voltea, quiere reparar lo hecho,
pedir disculpas, pero a alguien que esté consciente.
Se encuentra con mil caras curiosas que le rodean (idiotizadas, agresivas)
y con una mirada comprensiva que le consuela.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo sexto: Vehemente,
junto con 20.UnaEsperanza y 32.UnaQuerencia.
12. Una asistencia soberbia
Estaba en medio de la acera, inmóvil; con la vista fija en un cuerpo tirado en la calle, sangrante. Sentía que se perdía entre la culpa y la disculpa.
Estaba vulnerable, incapaz de discernir entre el bien y el mal, incapaz de entrever intenciones, incapaz de evitar engaños.
Por eso no le importó cuando alguien tomó su brazo y le llevó a un lado, incluso lo agradeció, no quería ser el centro de atención. También agradeció que le aclarara (entre susurros) todo lo que había hecho, todo el mal que había provocado por un simple tropiezo. Entrevió lo desproporcionado de sus propias acciones y se llenó de remordimientos, de deseo de enmienda.
Sentía una leve extrañeza ante tan repentina solidaridad ajena pero prefirió no pensar, el mundo se le había vuelto demasiado agobiante. Necesitaba liberarse, decidió confiar ciegamente en aquel ser caído del cielo y obtuvo un alivio inmediato. Alivio que aumento cuando, sin siquiera emitir palabra, consiguió que le ayudara, que se encargara de todo: hablaría con la policía y con su familia, cancelaría sus reuniones e incluso indemnizaría a la familia de la víctima del accidente.
Esa alma caritativa de extraño caminar pasaría su día ayudándole, tenía que hacer que su trabajo fuese lo más fácil posible, por eso había decidido darle todo: desde el dinero que tenía hasta las llaves de su casa. Por eso le explicó sin muchas palabras cómo toda su vida giraba en torno a su celular y activó las funciones que necesitaría.
Por eso incluso le puso a disposición a su asistente, quien iría a su encuentro apenas viera que le había compartido la ubicación de su GPS.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo segundo: Soberbio,
junto con 02.UnDeseo; 06.UnaLección; 21.UnDespertar y 33.UnaPreocupacion.
13. Una incursión infantil
Estaban concentrados en lo suyo, como siempre, impasibles ante la realidad que les rodea. Aquel día, por encima del ajetreo de la gran avenida, oyeron gritos absurdos, insultos que daban risa pero también oyeron una voz que gritaba: ¡¡Ojalá te mueras!!, lo gritaba con tal convicción que dejaba de dar risa, que asustaba, que les hizo voltear para detallar a quien gritaba, para poder distinguir (en un futuro) a la clase de persona que le gusta tentar a la muerta de esa manera.
Se sorprendieron al ver una persona de gran porte, que parecía no sólo buena gente, sino muy buena gente: parecía una de esas personas que ayuda a la gente en la calle, que se fija en todo, que cuida a su familia, en especial a los niños pequeños y a los abuelitos, al igual que cuida a desconocidos que no parecen buena gente, personas que incluso parecen mala gente, muy mala gente, como esa que se le acercó y que tenía una forma extraña de caminar y que le llevo a sentarse a un lado como para darle ayuda y que le pidió sus cosas quién sabe para qué (quizá para ordenarlas, quizá para buscar algo).
Vieron como se iba en seguida, rápido. No sabían por qué: tal vez para buscar ayuda, tal vez para hacerle un favor. Sintieron lástima que una persona tan buena quedara solita y decidieron acercarse, todos en grupo, pues sus mamás siempre les decían que se mantuvieran juntos y sus papás les decían que nunca dejaran a nadie solo, que la calle puede ser peligrosa.
Se acercaron, cruzando la gran avenida con cuidado, se acercaron suficiente para ver la locura en sus ojos, en la forma como movía la cabeza de un lado a otro.
De pronto oyeron una voz, una voz ronca y fuerte, una voz rabiosa que se acercaba, una voz conocida a la que temían: Era la voz del más furioso de los papás de los niños del grupo, los iban a regañar y mucho; ojalá no le peguen a su amiguito.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo septimo: Infantil,
junto con 22.UnProyecto.
14. Un rescate resignado
Estaba a punto de irse, no tenía apuro pero estar entre tanta gente le obstinaba: Había habido un arrollamiento y solo curioseaban o increpaban sin saber, incentivando la ira de los presentes.
Al salir de entre la gente ve a alguien llorar. Iba a seguir de largo pero distingue quién es y de inmediato comprende qué le pasa.
Va en su auxilio. Oye con paciencia resignada cómo se lamenta y se dice culpable de lo sucedido, del accidente. Le sigue la corriente. Logra que se levante, espera poder hacer que llegue a un hospital pero no logra que avance, tampoco logra hacer que llame a alguien, supone que le han hurtado (no tiene ni teléfono ni llaves ni dinero).
Intenta hacer que reaccione, le dice que culpable es quien cruza calles sin ver, sin pensar, o en todo caso, quien maneja el carro, aunque no esta vez: ¿Cómo podía prever que alguien se iba a lanzar al tráfico?
Lo dice más por querer honrar la verdad que por compasión hacia su alma.
De repente ve cómo parece entrar en razón, cómo su vista se aclara, cómo se enfoca hacia una turba; hacía la cual se dirige con decisión, con porte soberbio. Mientras se acerca comprueba que la gente rodea a alguien (asume que es quien iba manejando) y empieza a pedir que se alejen, que dejen en paz a ese pobre ser, que no tiene la culpa de nada.
Lo dice con tal aplomo, con tal autoridad, que todo el mundo retrocede y le presta atención. Intuyen que va a revelar algo, y así lo hace: La culpa no es suya, la culpa es toda mía:
Yo desee tres veces su muerte.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo quinto: Resignado,
junto con 07.UnaObstinación y 24.UnaAclaratoria.
15. Una invocación patente
Recuerda una y otra vez cuando estaba fuera de su carro, contra la puerta trasera, al alcance de todos, entre mil miradas fijas.
Sabía que había atropellado a alguien, que había visto cómo caminaba sin pensar, cómo se acercaba al final de la acera con lentitud pero que prefirió dejar de prestarle atención, suponiendo que se detendría al llegar al borde.
Se recordaba allí, con la mente en blanco, rogando a Dios un auxilio con toda su alma, invocando su protección.
Se recordaba allí, contra su carro, sin saber quién le había sacado ni qué le harían, temiendo un linchamiento (no sería el primer caso): Era mucha gente con cara de odio, sólo a la espera de que alguien tirara la primera piedra, que alguien pensara que por tener un buen carro ya era influyente, posible delincuente con suficiente poder para evadir la justicia.
Recuerda cuando alguien delirante se abrió paso entre la muchedumbre, cómo atravesó gritando esa muralla de gente que cada vez se estrechaba más, gritando con firmeza, gritando que todo había sido su propia culpa. Recuerda la esperanza que sintió ante tal absurdo, ante la posibilidad de que la gente aceptara que el arrollamiento ocurrió solo porque alguien invocó la muerte tres veces.
Recuerda su alivio (y su extrañeza) ante la locura de que entre la gente empezaran a corroborar dicha invocación y dieran marcha atrás.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo tercero: Patente,
junto con 03.UnaSombra; 08.UnGolpeteo y 25.UnaVida.
16. Un motivo sonriente
Estaba feliz, con la dulce resignación de quien ya no tiene esperanzas, con la suave tranquilidad de ya no tener sueños que cumplir ni objetivos que alcanzar.
Siente el calor del pavimento en su espalda, siente la humedad de su propia sangre en la nuca, siente decenas de contusiones por todo el cuerpo.
No quiere moverse, solo quiere dormir pero la gente a su alrededor le dice que no lo haga, le dice que espere a los paramédicos, que se mantenga consciente. No entienden, no entienden que lo único que alivia el dolor es dejarse llevar, es dejar de respirar. No entienden que es una tortura vivir así, no entienden que un año de placer no compensaría ni cinco minutos de lenta agonía.
¿Por qué siguen con la tortura si lo único que quiere es alcanzar la paz, si solo quiere dejar todo el dolor atrás? ¿Por qué le quitan la libertad de decidir sobre su ser?
¿Es que no ven que solo quiere conciliar ese aroma conmovedor, ese apuro obstinado?
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo primero: Sonriente,
junto con 01.UnAtropello; 04.UnAleteo; 09.UnApuro y 26.UnaMirada
17. Un pretexto senil
Disfruta del día. Camina con suavidad, con lentitud (con paciencia, diría justificándose).
Oye el frenazo de un carro y un golpe seco a los que no le daría mayor importancia si no fuera por la reacción de muchos, por sus gritos, pedidos de auxilio y lamentos; si no fuera por la vehemencia de algunos otros que acuden corriendo. No puede evitar lamentarse a su vez, como si la tragedia fuese propia.
Tampoco puede evitar acercarse un minuto a la intercepción a curiosear (a ver en qué puede ayudar, diría): Frente al carro algunas voces repiten que “lo importante es que se mantenga consciente hasta que lleguen los paramédicos”, mientras que a un costado alguien defiende con soberbia a quien manejaba el carro.
Quiere acercarse para oír mejor, pues admira la capacidad de disuasión de su voz (o tal vez porque le atrae el contrasta entre la locura en su rostro y la firmeza y serenidad en su hablar), quiere acercarse pero oye unos fuertes ladridos a su espalda: El mismo perro bravo de siempre, liberado de su bozal.
Decide seguir su camino (huir deprisa), hay demasiada gente en la calle (ese perro le aterra).
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo octavo: Senil,
junto con 27.UnConsejo.
18. Una retirada táctica
Este trabajo puede ser algo grande, se dice mientras se aleja con orgullo del lugar por una calle secundaria, dejando atrás el rumor de una muchedumbre amontonada y teniendo por delante unos pocos transeúntes que caminan con calma o que pasean a sus perros.
Nada que temer, se dice relajado.
No puede esperar a contarle a sus colegas su buena fortuna. Va ojeando una agenda elegante y ensayando para sí su disertación:
«Cuando un trabajo se hace bien, con método, con disciplina, no puede salir mal. Sólo es cuestión de mantenerse enfocado, en no perder los estribos por tonterías, en siempre revaluar las oportunidades, los riesgos y las recompensas, en saber cuándo es hora de retirarse.»
De repente el rumor de la muchedumbre cesa, surgiendo en su lugar una sola voz firme pero serena, imponente pero humilde. Siente extrañeza debido a una certeza: Es la voz a la que pertenecía (o pertenece) la agenda que revisaba. De inmediato guarda la evidencia y arrecia el paso.
No puede evitar voltear atrás. Necesita verificar que nadie le sigue, que nadie le mira. Grave error, se diría más tarde, Error de novato.
No había vuelto de nuevo la vista al frente cuando oyó tres fuertes ladridos, vio los dientes de un perro rabioso y sintió una mordida en la pierna que casi le derriba.
Se recuperó de inmediato pero tuvo que salir corriendo, esperaba no haber dañado el trabajo por un tonto descuido.
Había cantado victoria demasiado temprano.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo cuarto: Táctico,
junto con 05.UnaSelección; 10.UnTrabajo y 28.UnaHuida.
19. Un decomiso canino
Aquel día habían salido a pasear, después de días de insistir tenazmente.
Había gente apiñada al final de la calle, a unos doscientos metros, donde ésta intercepta con una gran avenida. Parecía deberse a un arrollamiento. Quería ir a ver de cerca pero no logró que le acompañaran (hubiese sido pedir demasiado).
No le importó, había visto a alguien con caminar extraño: viendo mucho a su alrededor, detallando a la gente, sobre todo a quienes estaban cerca del accidente de tránsito, distraídos. Personas así sí que tienen vibra de delincuentes, pensó, Sólo hay que encontrar las pruebas para la imputación.
Esperó a que se acercara, manteniendo la calma hasta el final, hasta que (en un santiamén) se sacudió el bozal, le apabulló con tres fuertes ladridos, acorralándole, mientras arrastraba con toda su fuerza a su acompañante quien no pudo controlar el sorpresivo tirón de la correa (se había distraído intentando ver el accidente a lo lejos, y cómo increpaban a quien manejaba).
Los tres ladridos solo fueron la advertencia de rigor antes de la mordida, una mordida magistral en la pierna, seguida de una sacudida que, sin producir demasiado daño a la pierna, hizo que se cayeran carnets y tarjetas del bolsillo del pantalón, y que produjo tal temor que ni siquiera hubo tentativa de recuperarlos pues además eran mal habidos, como se descubriría después.
Su acompañante, con la lentitud que le caracterizaba, no alcanzaba a comprender. Solo lamentaba ese nuevo ataque, rogaba por no tener otro problema legal encima y buscaba la forma de irse sin llamar la atención, sin que nadie conocido les viera, evitando en especial a los niños que siempre jugaban por la zona.
El perro se resistió al deseo de huída de su acompañante, obligándole a ver y a recoger los carnets y tarjetas del suelo.
Y sólo después de ello, con la satisfacción del deber cumplido, se “dejó llevar”.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo noveno: Canino,
junto con 30.UnRastreo.
20. Una esperanza vehemente
Recordaba cómo, por un instante, creyó que una mirada compresiva le consolaría, cómo la vio entre tanta gente y creyó que le ayudaría a resarcir el agravio cometido, la incriminación que había incitado; pero ese instante pronto pasó: Esa mirada se esfumó, dejando otras muchas expresiones de odio que se acercaban amenazantes.
No recuerda cuánto tiempo estuvo lamentando perder aquella breve esperanza, solo recuerda cómo, de repente, surgió una mayor. Recuerda que empezó a oír gritos que se acercaban, que defendían la verdad, gritos que irrumpían entre la gente, que evitaban un linchamiento (que su propia vehemencia había promovido). No le prestó atención a las palabras, solo entrevió el efecto que produjo en la gente, cómo ésta se retiraba, poco a poco.
Ni siquiera había intentado distinguir caras o expresiones hasta que oyó otra voz, una voz obstinada que quería apaciguar a aquel ser delirante que había salvado la situación. Sintió esa misma presencia tranquilizadora, que le calmaba, de hace unos instantes: Había venido en su rescate, fue su conclusión (su deseo). Al enfocar la vista no solo encontró su mirada serena, comprensiva, sino también creyó ver una sonrisa de complicidad, una sonrisa que se alegraba por su disposición a resarcir el mal hecho, una sonrisa que le alentaba a ayudar.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo sexto: Vehemente,
junto con 11.UnReparo y 32.UnaQuerencia.
21. Un despertar soberbio
Había estado inerte a un lado de la acera. No lloraba, sólo mantenía un gimoteo perdido e incesante.
Oía a lo lejos una voz que le intentaba consolar con impaciencia, casi con obstinación. Una voz que repetía una y otra vez que no podía ser su culpa, que era imposible, que no había medios físicos.
Sabía que le mentía por compasión.
Esa voz hablaba y hablaba, con mil y un razonamientos exquisitos que oyó sin escuchar hasta que inculpó a alguien más. Hasta que le dijo que en todo caso «la culpa de un arrollamiento es de quien va manejando el carro…» y no oyó más. En ese instante sintió cómo se aclaró su mente, cómo se llenó de determinación su alma.
Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. No podía permitir que un ser inocente pagara en su lugar.
Se dirigió con decisión hacia un gentío apiñado. Le abrieron paso, quién sabe si por temor o por solidaridad. Explicó lo sucedido con toda la calma y suavidad que pudo, explicó que sólo quería enseñarle una lección, que no quería «empujarle al vacío». Los presentes empezaron a retirarse (sobre todo después de unos fuertes ladridos en la calle transversal).
Quiso consolar a quien manejaba el carro pero no supo cómo, ya había dicho todo lo que tenía para decir. Tampoco tuvo la fuerza para acercarse a la víctima, a ese cuerpo moribundo; el simple recuerdo del arrollamiento le paralizaba.
Aunque su propio cuerpo nunca había decaído, su alma estaba agotada, incapaz de soportar un nuevo encuentro.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo segundo: Soberbio,
junto con 02.UnDeseo; 06.UnaLección; 12.UnaAsistencia y 33.UnaPreocupacion.
22. Un proyecto infantil
Los niños cuchichean, caminan escoltados por el más furioso de los papás, que a su vez es el más indiferente. Los niños comentan emocionados su más reciente incursión, lo que acaban de ver, lo que acaban de escuchar. Lo comentan con una emoción que oscila entre divertida y atemorizada.
Los niños también planean su próxima aventura en tierras prohibidas, aunque primero tendrán que soportar el regaño por la que acaba de concluir, y que de seguro avivará los recuerdos de cuando quisieron jugar con un perro bravo.
De vuelta a casa, cuando se acercan al resto de los adultos, y les cuentan que estaban cerca del accidente de tránsito, se sorprenden al encontrar preguntas curiosas sobre lo ocurrido en lugar de regaños, preguntas que se volvieron más atentas aún cuando cuentan cómo alguien tuvo una crisis, que le llevó casi a la locura, y que esa locura segurito fue por culpa de una mala gente que le lanzó como un hechizo.
Se divirtieron contando e imitando todo lo que vieron. Se divirtieron más aún cuando entrevieron cuál sería su nuevo proyecto:
Jugarían a los detectives junto a los adultos.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo septimo: Infantil,
junto con 13.UnaIncursión.
23. Un atasco olvidadizo
El semáforo está en verde pero los carros no avanzan. Presiente que perderá buena parte de su día: Las primeras jornadas siempre son las más duras, se dice.
Estira el cuello en un intento absurdo por ver más allá del carro de adelante. No consigue nada.
No sabe qué pasa, se desespera, mira el reloj, saca la cabeza por la ventanilla. Suspira. Maldice. Mira hacía atrás: No hay forma de retroceder. Se resigna.
Pregunta a la gente que camina por la acera: Hubo un arrollamiento en la intersección; La muchedumbre amontonada bloquea la mitad de esta calle y parte de la avenida; El semáforo quedó de adorno.
Avanza con lentitud hacia la intersección.
Oye ladridos y ve cómo un perro ataca a un malandro. Le arrebata algo, le hace huir.
Pasa el tiempo (tan cerca pero tan lejos).
Le da nervios, por qué se habrá metido por una calle tan problemática.
De repente alguien le llama, le pide que se acerque.
No entiende por qué le increpa con tal obstinación si no tuvo nada que ver con el accidente.
Se extraña: al parecer quiere ir, quiere que le lleve, a la comisaría local.
Reacciona, recuerda que es taxista.
24. Una aclaratoria resignada
No sabe qué hace allí todavía. Ya había visto suficiente espectáculo para un solo día, tal vez para toda la semana o el mes.
Ya no quería saber más de personajes distraídos ni de curiosos ni de justicieros ni de arrepentidos.
Sólo quería seguir con su vida y dejar tales espectáculos atrás, cuando de pronto sintió una mirada penetrante en su costado, una mirada que buscaba explicaciones, o al menos una aclaratoria que marcara el camino a seguir. No pudo evitar reír ante el vehemente sometiminto de quien hace unos minutos hacía reclamos airados.
Esa mirada vehemente amenazaba con insistir hasta lograr su objetivo. En un intento por dejar atrás el asunto decidió atajarlo de inmediato, cortarlo de raíz. ¿Qué más podía hacer?
Le explicó con rapidez lo sucedido y concluyó: La locura es algo común en nuestros días, y empeora con tanto egocentrismo. Creer que todo lo que pasa es tu culpa o tu gracia. Creer que un tonto error tuyo cambiará el curso del universo, cuando la vida de la gran mayoría es tan intrascendente como la labor de una hormiga… Mejor dejar que la policía y los paramédicos se encarguen. Puso especial énfasis en esa última frase para (intentar) cortar la conversación.
Vio con obstinación cómo ese ser, en lugar de retraerse, parecía querer una tertulia (quizá iniciar una amistad, ¿quizá algo más? ¡Absurdo!) Si sólo pudiera hacer que le dejara en paz.
Tendrá que ser más frontal, más tajante.
Dio media vuelta y se fue.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo quinto: Resignado,
junto con 07.UnaObstinación y 14.UnRescate.
25. Una vida patente
Aún estaba sin palabras, incapaz de creer lo que pasaba, incapaz de creer que pudo haber matado a alguien, incapaz de creer que una turba había estado a punto de matarle a su vez.
No disminuye su remordimiento que fuese un accidente ni que la mayoría de los presentes, sino todos, hayan recapacitado y eximido de culpa. Nada calma su alma, nada evita que repase una y otra vez lo que debió haber hecho, cómo debió haber reaccionado, qué debió haber previsto, qué debió haber hecho, cómo debió haber reaccionado…
Las sensaciones eran tan intensas que abarcaban todas las dimensiones de su realidad. Sentía la vida misma, sentía que esa vida trascendía un simple concepto abstracto, sentía que se hacía patente, presente. Así como aparece una gran montaña con el alba, así apareció su vida en pleno ante los ojos de su alma. Así apareció: nítida, majestuosa.
Ante esas sensaciones todo lo demás perdió relevancia. No le importó que le sentaran de nuevo en el carro ni que fuese de lado para que no volviera a ver al moribundo. No le importó que viniera la policía, ni que un ser ajeno le ofreciera ayuda con vehemencia, cuando no le pedía disculpas (quién sabe por qué).
No le importó nada, pues su vida acababa de comenzar.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo tercero: Patente,
junto con 03.UnaSombra; 08.UnGolpeteo y 15.UnaInvocación.
26. Una mirada sonriente
Una voz le saca de su marasmo, una voz soberbia que buscaba restituir la cordura por medio de su propia locura. Nada extraño en la era de la muchedumbre global, piensa.
Percibe cómo esa voz se va apagando poco a poco en la medida que consigue su objetivo. A la vez percibe cómo evita voltear en su dirección, cómo evita buscar su mirada, pero sin lograr evitar que su aroma conmovedor se acerque transportado por una suave brisa.
Siente cómo el universo se calma. En el instante preciso entiende (sin saber por qué) que debe voltear y lo hace con sus últimas fuerzas. Sus ojos se encuentran con una mirada perdida en la oscuridad, perdida entre la culpa y la disculpa, y le sonríe. Esa mirada de repente se ilumina, abriéndose ante un universo ahora patente, devolviéndole la sonrisa.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo primero: Sonriente,
junto con 01.UnAtropello; 04.UnAleteo; 09.UnApuro; 16.UnMotivo.
27. Un consejo senil
Oye esa soberbia voz que le había atraído (que le había preocupado, diría a sus amistades), oye cómo baja de tono poco a poco, pero sin perder su temple.
Así mismo ve cómo se mantiene la locura de sus ojos, ese mirar perdido, angustiado (eso que más le había atraído/preocupado).
Se acerca, intenta entender el trasfondo de sus palabras pero no logra sacar nada en claro.
Sólo logra entender lo sucedido gracias a las palabras sabias, aunque obstinadas, de quien le había socorrido.
Se acerca cuando ya está por terminar su discurso, quiere ofrecerle un consejo (darle una orden). Intercepta su retirada: Aquí te necesitan, le dice y le pide que acompañe a ese ser delirante a una comisaría. Lo haría en persona, pero ya no tengo fuerzas suficientes.
Le ofrece dinero para un taxi, como gesto de buena voluntad (a sabiendas que lo rechazaría y justo cuando había visto uno acercarse, en medio del atasco). No tendrá excusas.
Ve sonriente como, poco después, llama al taxi con obstinación.
Siempre ha conseguido lo que quiere, sin apuro.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo octavo: Senil,
junto con 17.UnPretexto.
28. Una huida táctica
Debía recuperar la calma.
Había sufrido un revés inesperado pero no definitivo, no había nada que temer, aún podía hacer que fuese su mayor trabajo en más de un año.
Era importante huir, no por miedo sino por táctica. Se debía alejar del lugar pero no de forma desordenada, no podía ir a su guarida habitual ni encontrarse con sus amigos. Eso es básico, no se quiere un efecto cascada.
Mientras menos huellas deje mejor, se dice, Mientras menos gente sepa mis movimientos mejor.
Siempre podrá alegar que no fue un robo, que sólo recibió esas cosas como regalo de alguien que quería reivindicarse con el mundo, con la vida, por todo lo malo que había hecho ¿Por qué habría de rechazarlo? ¿Qué culpa podía tener?
Y si corrió fue por un perro bravo que lo atacó…
Ríe a carcajadas mientras piensas sus argumentos. Luego revisa lo que le queda del botín:
Todavía tiene la agenda, las llaves, el celular y, lo más importante, toda la información necesaria, información confidencial, información que ni siquiera sus más allegados conocen.
Queda trabajo por hacer.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo cuarto: Táctico,
junto con 05.UnaSelección; 10.UnTrabajo y 18.UnaRetirada.
29. Una decisión paternal
No pueden creer lo que cuentan los niños: Habían presenciado un robo, al menos eso entreveían de sus historias.
No saben si hacer la denuncia o no. Discuten mientras ven a lo lejos a la muchedumbre que rodea el lugar del incidente.
Quienes dicen «no» a denunciar, alegan que ello expondría a los niños a un proceso judicial.
Quienes dicen que sí, alegan que parte de la educación es hacer lo correcto, sobre todo porque los niños insisten en querer ayudar. Es notable su preocupación.
Ven cómo de repente se empieza a dispersar la muchedumbre. Intuyen que llegó alguna autoridad, que ya debía estar por la zona desde antes, que tal vez sea alguien conocido.
Intuyen que tal vez una conversación informal, en confianza, sea más que suficiente.
30. Un rastreo canino
No tiene problema en dejarse llevar, sobre todo porque van en la dirección correcta.
Va con la confianza de su juventud. Se va diciendo: Luego de interceptar delincuentes, y de decomisar parte de su botín, lo mejor es iniciar una persecución a distancia que permita descubrir su guarida y a sus posibles cómplices
Ese es su plan. Sólo resta implementarlo.
Sólo queda seguir su rastro (pan comido con un aroma tan característico) y actuar en consecuencia. Pero para ello necesitará la colaboración de su acompañante quien, de seguro, ni siquiera entiende lo que pasa. Tengo que aprovechar su próximo descuido, se dice.
Sabe que le queda poco tiempo, pronto querrá devolverse a casa. Espera con paciencia, muestra tranquilidad y sumisión. Espera a que afloje la mano que sostiene la correa.
De repente, de un solo jalón, logra su libertad e inicia la persecución, siempre dejando un rastro que su acompañante pueda seguir. No quiere que se deprima por su pérdida, son muy unidos a pesar de ser tan diferentes.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo noveno: Canino,
junto con 19.UnDecomiso.
31. Un reporte policial
Estaba caminando por la zona, su zona desde hace más de quince años, cuando ve que alguien a lo lejos le llama.
Se da cuenta que de repente se aligera demasiado el tráfico en la avenida, en uno de los sentidos (el contrario al que lleva).
Intuye lo que pasa.
Empieza a avanzar con trote suave, no solo por no agitarse (ya no está tan joven) sino por no alarmar a sus conciudadanos. Queriendo dar a entender que se le requiere con urgencia pero que no hay mayor peligro.
Llega al lugar. Ve lo que pasa. Informa del suceso. Dispersa a la muchedumbre. Organiza el tráfico.
Los vecinos se tranquilizan con su llegada. Supieron quién era incluso antes de verle la cara. Toda la comunidad aprecia su labor. Los forasteros sólo se retiran.
Con todo en calma, tiene que esclarecer qué pasó. Los primeros minutos son esenciales.
Se alegra al ver cómo viene a su encuentro, con lentitud, una de las mejores fuentes de información de la zona. Sabe que le dará un reporte completo y un par de (intentos de) órdenes, disfrazadas de consejos.
32. Una querencia vehemente
Sus miradas se encontraron.
Le sorprendió su ánimo, sus ganas de hablar.
Sólo escuchó sin oír. Entendió sus argumentos pero no los interpretó. Había habido un accidente de tránsito pero no quería explicaciones, mucho menos soluciones, sólo quería un consuelo y su sola presencia ya se lo daba, su simple existencia le calmaba.
Se sorprendió al ver cómo daba media vuelta y se iba, pero pronto logró (o creyó) entrever que era por obligación, que buscaría ayuda para alguien más. Esa simple posibilidad le calmaba, su simple existencia le calmaba.
Fueron instantes de suave euforia pero pronto volvió a la realidad.
Recordó por qué estaba allí: el accidente, el arrollamiento. Se compadeció de quien lo había producido, de su estado casi catatónico.
Vio cómo alguien más le consolaba. Parecía querer hacer que volviera a entrar al carro, tal vez para que no se doliera más aún por lo que había hecho.
Nadie le colaboraba. Fue a ello.
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo sexto: Vehemente,
junto con 11.UnReparo y 20.UnaEsperanza.
33. Una preocupación soberbia
Su alma reconstruyó toda la escena: el arrollamiento, la sangre en el pavimento, la acusación, el acoso, la tensión creciente, tendiente al linchamiento, por la que tuvo que intervenir. También revivió su propia actuación y resintió el esfuerzo, le hubiese gustado descansar pero no era de sí mantener la quietud en tales situaciones.
Decide acercarse a quien manejaba, en quien recaerá la posible acusación de homicidio involuntario. Se acerca poco a poco, ve cómo su comportamiento compulsivo, casi catatónico, vuelve a la normalidad mientras mira en la dirección del cuerpo yacente.
Ve cómo surge una sonrisa en su rostro. Una sonrisa particular que cree haber visto antes. No sabe por qué, pero tiene la certeza que algo conmueve a esa alma errante, que algo le hace recordar, añorar, un tiempo pasado en un lugar lejano.
Lejos de apaciguarle, esa sonrisa le inquieta. Se acerca más y hace que se siente en un asiento trasero del carro.
Será mejor evitar que siga viéndole, se dice, Ya la policía llegó, ya sólo queda que se deje llevar sin que muestre tal plenitud por el mal hecho.
«De lo contrario será imposible evitar que se convierta en mí chivo expiatorio.»
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Este microrrelato es parte es parte del Ángulo segundo: Soberbio,
junto con 02.UnDeseo; 06.UnaLección; 12.UnaAsistencia y 21.UnDespertar.