Son seis las naciones donde impera la desconfianza, el engaño y las artimañas. Aquí los escritos con los aspectos más característico de cada cual.
(La numeración de los capítulos corresponde al orden cronológico de nuestro viaje)
Capítulo 03
Donde se describe una nación de tiranos tradicionalistas
De vuelta a una tiranía
(índice)
La tensión era palpable. Aunque sea yo la sentía, y me producía nervios.
Fuimos invitados a la entronización de un tirano. Nuestro traslado a la capital estuvo lleno de lujos y ostentación.
El nuevo mandatario había llegado al poder gracias a una revolución popular apoyada por todos, según sus acólitos: Militares, civiles, clérigos, jóvenes, ancianos, niños, empresarios, trabajadores de todas las profesiones; a cada cual se le atribuía un motivo para apoyar la revolución, así fuese baladí.
Se respiraba un clima de relativa paz general. El alzamiento terminó ni bien empezado. No hubo persecuciones ni retaliaciones contra el tirano desalojado ni contra sus seguidores. Es un derecho adquirido en aquella nación darle amnistía tanto a quienes se alzan en vano, como a quienes pierden el poder.
Ese derecho hace que las transiciones sean menos violentas, que no se ejecuten a los disidentes ni a los destronados, al menos no a muchos. Si bien las rebeliones son frecuentes, y siempre armadas, al menos no son sanguinarias.
En la ceremonia recuerdo un ambiente tenso. Todos estaban alertas, volteando en todas direcciones en todo momento. Nadie confiaba en nadie, lo cual era bien visto, según me pareció: Era una forma de demostrar preocupación legítima por el nuevo mandamás, de demostrar fidelidad plena.
Todo mundo era examinado como un posible lobo disfrazado de cordero, incluso yo que apenas llegaba a los nueve años.
Basados en la desconfianza
(índice)
Después de la entronización de un tirano, la luna de miel dura poco.
Dependiendo de su astucia se hace evidente o no cuándo el tirano va a empezar a acorralar a los disidentes más peligrosos, o a algún chivo expiatorio.
Por eso, desde antes de llegar, mis padres habían dispuesto una estadía corta: Apenas suba el tono, nos vamos; es la sentencia que más recuerdo de aquellos días.
No se podía confiar.
Nadie confía en nadie, siempre se espera lo peor de los demás. Piensa mal y acertarás, suelen decir.
No hay alianzas fijas. Las únicas certezas son el derecho a la rebelión y que todos quieren llegar a ser el mandamás, o estar cerca de quien lo logre.
Todos creen poder hacerlo, sólo necesitan la oportunidad para usar su astucia innata
Además de pocos riesgos al rebelarse, hay grandes incentivos: El gobierno, el estado, todo, está en manos del tirano. Desde hacer leyes hasta imponerlas y procesar a quienes parezcan incumplirlas, dictando sentencia según mejor le plazca (aunque siempre con algún argumento fundamentalísimo, soberano).
El tirano además determina la forma cómo se elegirá a su sucesor, según el método de moda al momento y el tipo y cuantía de tensión social imperante.
Cuando un tirano pierde el poder nadie lo lamenta ni se solidariza. Entienden que es su propia culpa por estar atento a banalidades en lugar de prever el golpe de estado o la confabulación. Incluso sus propios seguidores lo ven como una traición, una traición del líder que debía guiarlos y cumplir sus objetivos pero que, aun teniendo la capacidad, se deja llevar al volverse demasiado confiado, al sentirse predestinado.
Consenso para adoctrinar
(índice)
El tirano lo es todo, incluso el principal pedagogo de la nación (lo noté desde que llegamos).
Procura enseñar por los medios más avanzados y directos lo que se debe pensar y sentir. Es usual la censura masiva: Por el bien de los niños, niñas y adolescentes, reza la consigna.
En ocasiones usa la fuerza bruta pero sólo como terapia, sólo para que sus vasallos aprendan a comportarse. No es tan común como entre los déspotas pues tiene una mayor capacidad retórica, de manipulación, para ajustar cada situación en su favor.
Un buen tirano sabe crear excusas y relatos propagandísticos para que sus seguidores lo puedan defender e incluso sean capaces de contraatacar a sus enemigos. Es usual que se base en falsos positivos, sobre todo cuando quiere hacer una demostración de fuerza.
Pensándolo bien, de las prioridades educativas de un tirano se puede entrever sus planes y esperanzas. Desde la reeducación (tortura) de los rebeldes, de gran importancia cuando el tirano está estabilizando su poder, hasta el adoctrinamiento de los infantes a la más tierna edad, por ser fundamental para producir la sociedad ideal que le siga por convencimiento propio.
Las lecciones se basan en el odio y la revancha, en hallar culpables. Siempre existe un enemigo aparente al acecho, contra quien hay que permanecer unidos, en respaldo del líder y protector. Lo cual concuerda con esa desconfianza innata que les caracteriza.
La educación está estructurada como propaganda. En especial la historia es ajustada a los intereses de quien esté en el poder, siempre basándose en los mismos mitos y leyendas.
Además siguen ciertos lineamientos generales que nadie cambia pues a todos convienen, siendo leyes por convencimiento de la sociedad (como la de treguas).
Destaca lo referente a los planes de estudio. Todos los alumnos deben recibir la misma instrucción, el mismo contenido exacto. Siempre ha habido censores educativos asegurándose de ello. No se permite disenso deductivo ni preguntas incomodas. No se puede dudar de quienes fueron los héroes de la patria y quienes los traidores (o blandos).
La historia ha de ser un dogma de fe, hasta que algún tirano establecido quiera cambiarla.
Propaganda expiatoria
(índice)
El tirano cree en los linchamientos, sobre todo en los mediáticos. El público es el mayor juez y verdugo.
Facilita la aplicación posterior de castigos más corporales.
La mano derecha del tirano suele ser su jefe de propaganda. En ocasiones parece el mandamás: indica qué decir y cómo y cuándo para causar el mejor efecto; decide cuál es el momento justo para arriesgarse y atacar, y cuál para esperar y vigilar.
La justicia no existe, el sistema judicial es sólo un medio para repartir cuotas de poder, poder para sacar rivales políticos del camino.
Se nombran magistrados de justicia según esas necesidades políticas. A sus cargos les dan nombres siguiendo la moda del momento, y en consonancia con la propaganda. La estructura de los niveles más bajos del sistema varía según los caprichos locales, siempre que no perturben al conjunto.
El mandamás además suele repartir las cargas para poder tener chivos expiatorios a disposición para cada ocasión. Nunca por confianza.
Nombra comisiones para redactar leyes o reformas constitucionales, así como ministros plenipotenciarios para asuntos de urgencia. Estos últimos son de especial interés no por querer solucionarlos, en beneficio de la nación, sino por estar en la palestra pública y ser la mejor fuente de propaganda (para sí mismo si sale bien o en contra de su subordinado si sale mal).
Además suele buscar enemigos externos a quienes culpar de cualquier problema mayor. Es la mejor forma de alentar la unidad nacional sin crear conflictos internos.
Por eso mi familia no suele quedarse mucho tiempo en tierra de tiranos durante nuestro recorrido generacional.
Por eso preferimos retirarnos antes de que nos echen (aunque nuestra siguiente parada no sea demasiado alentadora).
Capítulo 08
Donde se describe una nación de tiranos con una falsa vocación religiosa
Con una fe conveniente
(índice)
Apenas me enteré de nuestro próximo destino me pareció de lo más natural y hasta predecible:
Una nación tiránica con tintes religiosos. ¿Qué herramienta más útil puede tener un tirano que la religión? En ella encuentra toda justificación necesaria sin mayor demostración. Todo puede ser un dogma de fe.
La religión que (dicen) siempre han profesado es una extraña mezcla de las principales creencias de la población autóctona y de los pueblos vecinos, que van modificando poco a poco con cada nueva moda.
A pesar de que todos los habitantes participan en los rituales religiosos, nadie parece creer. Nadie vive acordé a la religión, pero todo se justifica según sus preceptos (cuando es conveniente).
Hay estrictas normas morales que nadie cumple, que sólo son recordadas cuando un poderoso desea vengarse o quitar del camino a alguien más.
Dicen hacer todo por el bien común, por la comunidad, pero son de los más individualistas. Nadie confía en nadie, como es usual entre tiranos, pero en lugar de usar la confrontación directa para resolver sus conflictos, usan las instituciones religiosas, manteniéndose cierta estabilidad social.
El tirano más poderoso de la nación es el sumo sacerdote, o pontífice, que tiene la última palabra sobre cualquier diatriba. Con lo que puede acallar a sus enemigos políticos con facilidad.
Además el tirano-pontífice nombra sacerdotes y regentes, estos últimos se encargan de los gobiernos locales bajo la supervisión de los primeros. Más importante aún, de entre los sacerdotes el pontífice escoge a su sucesor, debiendo ratificarlo, o cambiarlo, en una ceromonia anual.
Ese sistema de sucesión le ha dado estabilidad a la nación, convirtiéndola en la más grande de las tiranías.
Los sacerdotes tienen una larga formación eclesiástica, saben teología y se comunican en una lengua antigua. Todas sus decisiones las basan en escritos sagrados. El pontífice los puede designar como supervisor de los gobiernos locales de una región o como funcionario administrativo en el gobierno central. Todos forman parte del Consejo sacro, cuyo único fin es la interpretación fundamental de las escrituras junto al “representante de Dios en la tierra”, quien siempre tiene la última palabra.
Rebelión purificadora
(índice)
Si bien no son devotos practicantes, los tiranos religiosos tienen la convicción de que descienden de seres celestiales, que provienen de una raza superior, que los hace más astutos, más sagaces.
En esa convicción se fundamenta la religión profesada, la unión nacional que logró su más grande líder.
Cuenta la historia que antes de Él todo era pobreza y desesperanza, que había habido una gran guerra que dejó a la población viviendo en condiciones deplorables. Comiendo alimentos de animales y con dinero que valía la mitad tras unos pocos días de haberse ganado.
Se cuenta muy poco de la vida del gran líder en aquella época (tal vez no fue muy halagüeña), se cuenta poco hasta que intentó hacerse del poder a la fuerza para socorrer a su pueblo.
No lo logró, pero quedó en la conciencia colectiva que alguien estaba dispuesto a luchar por mejorar la condición de los suyos.
Estuvo encerrado por algún tiempo, pero entre tiranos la ambición no es delito.
Al salir de prisión entró de lleno en política, se volvió líder de un partido y dio grandes discursos, pero esos discursos tenían una fuerte connotación religiosa, mesiánica. No lo decía pero dejaba entrever que él era el único que podía realizar los cambios necesarios, que Dios mismo lo había enviado.
Culpó de todo mal pasado a los infieles, a los impuros que no eran parte de su pueblo, de su raza, que manipulaban la economía en beneficio propio, que hicieron perder la última gran guerra, que conspiraban sin descanso para debilitar a la nación.
Alcanzó el poder por medio de engaños, formó un gobierno fuerte, capaz de garantizar la felicidad de los suyos, e inició una guerra para expandir los territorios, y hacerse del espacio vital necesario para el desarrollo de su pueblo.
Mientras tanto crecía la religión basada en su palabra, en su visión. Muchos lo adoraban como a un dios, obedeciendo sus órdenes sin chistar. Acabó con las instituciones preexistentes, todo pasó a depender de sus designios.
Instauró un sistema eugenésico para volver a una raza pura y otro de expulsión y exterminio de los impuros, esa la consideraba su mayor legado.
Murió en batalla, sabía que moriría, que era un sacrificio necesario. Designó un sucesor. Expresó ante miles su deseo absoluto, pleno, de que la sucesión fuese limpia, sin trabas ni disputas.
Desde entonces así ha sido.
(Auto)engaño continuo
(índice)
El tirano-pontífice puede nombrar nuevos sacerdotes cuando lo desee, y también puede removerlos, pero no es usual. Aunque tiene la potestad, es muy mal visto, demuestra debilidad, demuestra un conflicto con Dios (dice la sentencia más reiterada).
Tal vez la costumbre de no remover a los sacerdotes nombrados por pontífices anteriores, más que el sistema sucesorio en sí mismo, fue lo que le dio estabilidad a la nación. Le añadió un nivel más de planificación, un espacio para engañar y manipular el entorno, para escalar sin tener que confrontar.
Es curioso cómo todos aparentan creer en dicha farsa, cómo aparentan actuar según la religión suprema, seguir sus preceptos aunque les cueste la vida. Parece inevitable para ellos, gustan de las tramas complejas, de los engaños sofisticados, gustan ser los más astutos del lugar, o al menos aparentarlo.
Es más admirable persistir o unirse a un engaño, por tonto que sea, que (parecer) admitir haber sido engañado. Más vale persistir, pues siempre cabe la duda de cuál será el movimiento final: Tal vez todo es parte de un plan mayor, oyen decir, y sólo aparentó ser engañado para distraer la atención.
El autoengaño también es inevitable.
Todo ello lo entendí mucho después, no sé cuándo con exactitud, sólo sé que lo he ido verificando con el tiempo (quizá al ordenarlo en esta compilación). Cada nación tiránica vive su propia farsa, su civismo, cada cual cuenta con un relato artificial de fondo, con una moralidad falsa que todos siguen pero en la que nadie cree, desde restablecer la justicia social por medio de rebeliones populares hasta oír la voz del pueblo en consultas electorales, pasando por sucesiones basadas en la gracia divina, por supuesto.
Lo importante es siempre tener algo en lo cual (parecer) creer, algo en lo que basar la retórica y la faena. Lo importante es que sea firme y consistente, tanto como para poder asumirlo a plenitud, tal vez sin aparentar.
Capítulo 15
Donde se describe una nación de tiranos federalistas
Consejo de demagogos
(índice)
El gran consejo plenipotenciario se encontraba reunido. Negociaban el presupuesto general del estado.
El tirano-canciller tiene la potestad de modificarlo pero no lo hace a menos que desee atacar allí, de inmediato, a alguien en particular. El presupuesto es para él un simple legajo parte de la escenografía del poder.
Lo que mantiene unida a la nación no son las instituciones ni la tradición. La mantiene unida es la retórica, la demagogia, la capacidad de (auto)convencimiento de que se necesitan unos a otros.
Quien pueda aportar algo de retórica son bienvenidos, y recompensados con una parte del poder y del territorio para que desarrolle, junto a los suyos, el modo de vivir sus pasiones.
La nación surgió de despojos de guerras absurdas, de revoluciones y contrarrevoluciones. Tardó en consolidarse, ningún modelo satisfacía a la más mínima mayoría. De hecho se consolidó por partes, cada idiosincrasia por su lado hasta que vieron la conveniencia de que hubiese un poder superior que los protegiese de amenazas externas.
La provincia que primero se estabilizó lo hizo con base en el dinero, en el deseo malsano por acumularlo, pero la provincia que logró la unidad de la nación fue la gobernada (y habitada) por seres deseosos de poder, de ser admirados por su poder. Sólo trabajan por la unidad para satisfacer ese simple, y poderoso, fetiche.
La capital fue establecida de común acuerdo en una de dos ciudades autónomas, en aquella que consideraron más segura, más protegida de arranques ambiciosos que pudieran echar todo por tierra. Fue establecida entre personas blandas, contemplativas, sin el ánimo necesario para rebelarse, cuya retórica sólo sirve para reiterar por qué (casi) nunca hacen nada.
En el consejo se reúnen representantes de las siete entidades federales (dos ciudades autónomas y cinco provincias) cada cual con un número de curules proporcional a sus aportes para la nación y a las prioridades que determine el tirano-canciller que se necesita en cada momento y ocasión.
Por ejemplo, al sentirse vientos de guerra, son convocados en gran cuantía aquellos demagogos que suelen ser dominados por la ira y la venganza, o en caso de celebraciones, derroche y espectáculo concurren los más glotones y lujuriosos.
La elaboración de argumentos justicialistas se le encomienda a los más envidiosos. De hecho, cuando llegamos a esa nación, ellos llevaban la voz cantante (en torno al presupuesto).
Nadie recibiría demasiado.
Dándole valor al dinero
(índice)
Los tiranos, hasta los menos demagogos, dicen proteger al pueblo, a los más vulnerables, por lo que no hay demasiados impuestos, al menos no en apariencia, al menos no declarados.
A su entender es innecesario cobrar impuestos, el estado sólo debe crear el dinero que necesite, o que le venga en gana, y obligar a sus súbditos a utilizarlo. Tal vez obligar a la población a usar el dinero sea la única utilidad de cobrar impuestos.
La cantidad de dinero que puede producir el estado es infinita. Pero su valor no tanto. Lo que determina el valor del dinero es la capacidad del estado de obligar a más y más personas a utilizarlo. Mientras más gente posea al menos una pequeña fracción, más valdrá el dinero recién creado.
El asunto está en convencer a la población de usarlo, en especial como reserva de valor, como medio de ahorro. Ese convencimiento se puede conseguir con buenas prácticas monetarias, predecibles y congruentes, o por medio de pura retórica, de simples argumentos vacíos que se basen en la intimación o tal vez en deseos e ilusiones o quizá en patriotismo.
Pero ese convencimiento es frágil. Ante cualquier percance se pierde la confianza y surge la hiperinflación, el mayor de los impuestos, acabando con todo el bienestar producido.
Entre tiranos está arraigada la creencia de que el dinero va perdiendo valor a medida que circula. A la población en general le dicen que por ello es importante el ahorro, pues así deja de circular, pero entre los jerarcas ven como imposible evitar que su valor se diluya, por lo que hay que gastarlo de inmediato, cual glotón en un banquete.
El mayor sueño de un avaro no es atesorar ningún tipo de dinero, su mayor sueño es poder crearlo de la nada y que mantenga su valor, que todos confíen en él, por siempre.
Votaciones abstractas
(índice)
Después de todo gran anuncio, como el de un presupuesto general, se suelen hacer amplios sondeos oficiales.
En esta nación no hay elecciones aunque sus habitantes se dicen demócratas, no hay cargos públicos de elección directa ni indirecta pero hay constantes votaciones para revalidar los partidos políticos cuyos estudiosos son consultados por el tirano-canciller en el llamado consejo plenipotenciario.
El mayor deber del estado es proteger y promover la democracia. Por ello el voto es obligatorio, el gobierno debe educar, vigilar que los ciudadanos sigan los preceptos democráticos, como un Buen Padre (así llaman a quien asume la jefatura de gobierno en la lengua local)
Todo ciudadano debe manifestar sus preferencias políticas, al menos una vez al año, en centros permanentes cuando se le indique.
Así se va monitoreando la opinión de la ciudadanía a cada momento, así se sabe cuál es el camino más aceptado y deseado por la colectividad, al menos el tirano y sus sátrapas lo hacen (nadie más tiene acceso a los resultados).
Contrario a lo que pensé en un principio: el voto es secreto, así lo cree la mayoría de la gente. Nunca ha habido ni tan siquiera sospecha de represalias por un voto emitido. Al parecer al jerarca no le importa saber qué vota la gente y, de hecho, desea que se expresen de manera fidedigna, sin temor.
Pronto entendí por qué de su despreocupada actitud, no se vota por un líder ni por un representante (posible contendiente). Se vota por ideas generales, abstractas.
Cada ciudadano emite tres votos, por tres partidos políticos distintos. Son partidos sin rostro, sin liderazgo claro, sólo con proyectos y programas: Como debe ser en democracia, dicen orgullosos: Al votarse por tres opciones se respalda la fracción de ideas políticas en que éstas coinciden.
No está demás decir que es la nación de tiranos con mayor libertad de asociación, aunque los partidos deben cumplir estrictas normas «en pro de la estabilidad nacional».
Hay tres partidos nacionales, uno de los cuales promueve el paso de un sistema federal a uno central. Además cada entidad federal tiene dos partidos principales, con menor presencia en el resto de la nación, uno de derecha y otro de izquierda. No hay partidos liberales, en aquella nación creen que el colectivo está por encima de los individuos.
Unos partidos dicen defender a los desafortunados y despreciados otros dicen mantener las tradiciones y buenas costumbres:
Todos dicen que la población debe hacer lo que el gobierno de turno ordene, sin preguntas ni quejas.
Capítulo 25
Donde se describe una nación de tiranos colectivistas
Autoengaño en el tiempo
(índice)
Esta es la nación de tiranos con periodos de gobierno oficiales más prolongados.
Hay toda una estructura que sostiene al mandamás, en especial una gran asamblea nacional que le da sustento político pero que también le quita parte del poder y le restringe muchos de sus movimientos. Además existe el (auto)engaño masivo de que cada gobierno ha de durar un solo periodo de diez años (al propio estilo de las naciones de dictadores).
En tiempos no muy lejanos algún gobernante promovió, e impuso, la idea de prohibir la reelección presidencial bajo pena de muerte para atenuar el instinto de luchar por mantener el poder sólo por mantenerlo y así hacer más efectivos a los gobiernos al forzar la consecución de otros objetivos. Para que dicha idea fuese más aceptable le pareció «necesario» conceder que el periodo de gobierno fuera de un decenio (lo cual aplicó a su propio mandato, por supuesto), creando además una asamblea donde repartir cargos.
Desde entonces todo ello se ha mantenido pero no de manera demasiado rigurosa. Por ejemplo, en la época de nuestra visita, la gran asamblea nacional al elegir al presidente en ejercicio, una persona timorata e irresoluta, también sugirió que se nombrara como general en jefe de la fuerza armada al anterior presidente, cuyo carisma era difícil de igualar, marcándose desde el inicio del mandato quién estaría a cargo.
«Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente», era una burla común.
Controlar dicha asamblea es la clave para controlar el ritmo del gobierno. Los distintos factores de poder se disputan de manera constante los espacios de acción.
Es una asamblea colectivista integrada por los diversos grupos que componen la sociedad, en proporciones dispuestas por el tirano, para que luchen por las condiciones necesarias para su desarrollo o por sus derechos civiles: trabajadores y empresarios, estudiantes, militares, clérigos, cultores y deportistas, jubilados y pensionados, entre tantos otros existentes o que se podrían crear, con sus respectivos subgrupos.
Así, un sindicalista o un dirigente militar o estudiantil podría ir adquiriendo cada vez más poder en la asamblea, ensanchando su esfera de influencia hasta hacerse del poder absoluto y gobernar hasta la vejez nombrando presidentes títeres.
La esperanza de quienes mantienen el sistema operando es poder beneficiarse en algún momento de él.
Un sistema cleptocrático
(índice)
En toda nación de tiranos para decidir quién se encarga de los grandes negocios se usa un método muy simple basado en las mayores certezas que hay entre ellos: Todo el mundo quiere obtener riquezas de manera fácil y rápida; todo el mundo está dispuesto a engañar de cualquier forma para ello; y a nadie le importa en demasía esto último.
El primer paso es volverse miembro de una camarilla, de alguna asociación dispuesta a influir de manera subrepticia en los asuntos públicos, e ir escalando posiciones para obtener contratos más jugosos, más rentables. Para escalar posiciones hay que demostrar confianza, hay que pasar pruebas de confianza, retos con los que se quede a merced de la camarilla.
Conociendo a los habitantes de estas naciones supuse que eran operaciones ilegales, o al menos poco honorables, pero el asunto va un poco más allá, es algo más complejo: El objetivo no es ir contra el Estado o las leyes (que son timoratas o manipulables), sino contra personas poderosas, personas que sean realmente de temer, y traer además algún beneficio al conjunto. Al cumplir estos retos, se queda en manos del líder de la camarilla, y lo que ello implica para bien o para mal, abriéndose una caja de Pandora con toda clase de tramas y urgencias, enemigos y aliados.
Esas agrupaciones son las que se hacen cargo de construir y mantener las grandes infraestructuras, ofrecer bienes y servicios en masa o proveer materiales estratégicos. Por lo general el tirano gobernante lidera varias de ellas desde antes de obtener el poder absoluto, sacándoles provecho y, cuando es necesario, produciendo conflictos.
Los asuntos más fútiles, que no tienen atractivo económico, son atendidos con pura retórica:
Las bases, la misma gente de a pie, son las más indicadas para resolver sus propios problemas, sólo deben organizarse y cooperar. Esa es la forma como los jerarcas tiranos se liberan de toda responsabilidad: Si algún problema no se resuelve es porque quienes lo padecen no se han decidido a encargarse, suelen decir, o tal vez no es tan importante para ellos como para presionar al ente gubernamental indicado.
Pero si alguien se hace cargo y empieza a ganar poder entonces es atacado y encarcelado por asumir competencias ajenas o por algún cargo de corrupción, que de seguro será cierto.
Sólo podrá evitarlo si tiene un padrino dentro del sistema.
El equilibrio colectivista
(índice)
Había pasado más de medio año desde que la nueva asamblea se instaló pero ello no evitó que hubiese varios movimientos y reajustes.
En particular salió del organismo legislativo una de las figuras más destacadas del decenio anterior. Hay quienes dicen que fue parte de la negociación que llevó al poder al tirano que recién asumía la presidencia. No le importaba ceder poder político pero sí quería vía libre para mejorar sus negocios. Fue una condición mínima que impuso en su alianza con el mandamás «saliente», quien ocupó la comandancia general de las fuerzas armadas.
Las elecciones generales de la asamblea son sólo una vez cada decenio pero, al ser una entidad colectivista, se vota por listas cerradas que pueden ser modificadas por el ente que organiza un grupo social o sector. De hecho es muy común que hayan cambios en la conformación de dichas listas, en las personas que representan a cada cual. Cambios que se pueden dar incluso pocos días después de la elección general y que muchas veces ni siquiera se hacen públicos pues, según la propaganda oficial, el sistema no toma en cuenta los intereses individuales sino los intereses de grupo, los cuales «no varían en lo esencial de persona a persona dentro de un mismo grupo.»
Quien controla la mayoría de las listas, o las más importantes, controla la asamblea y la designación de gran parte de los funcionarios del Estado, incluido el presidente. Dicho control se hace por medio de un sistema cleptocrático, que para el momento estaba bajo el dominio del anterior mandatario.
Cada sector o grupo social tiene su propia dinámica y actualizan sus datos de manera permanente. Por ejemplo la masa de estudiantes cambia año a año con la salida de nuevas promociones y el empresariado tiene mayor o menor influencia dependiendo de los impuestos pagados.
El voto de una persona tiene un valor distinto según diversos factores: el sector o grupo al que pertenezca, su desempeño o años de servicio, su zona de influencia, pero sobre todo el número de sus camaradas: Quienes tienen un voto débil suelen pertenecer a los sectores más numerosos y, por tanto, más fuertes en conjunto, con mayor capacidad de defender los derechos de los individuos que lo conforman.
Parece una paradoja: Mientras más débil es el voto individual de alguien, mayor es la probabilidad de que sus exigencias y necesidades sean cubiertas.
Capítulo 38
Donde se describe una nación de tiranos electoralistas
Las mudanzas suavizadas
(índice)
Para ser una nación de tiranos había mucha calma cuando llegamos. A pesar de la gran cantidad de gente en la frontera se respiraba cierto clima de relajación.
Este es el destino más común para exiliados y refugiados en ésta armonía, es el que ofrece mayor estabilidad política. Es muy poco probable que te expulsen o destierren como en las otras naciones de tiranos.
En las demás naciones, además de las migraciones masivas causadas por crisis económicas (derivadas de la emisión indisciplinada de dinero), son comunes los casos de exilio por motivos políticos. No es raro que un tirano-presidente, en un arrebato de demagogia, por ejemplo, expulse a técnicos o científicos que demuestren en público la imposibilidad de cumplir una promesa de campaña.
De hecho es usual que cualquier personaje político incómodo, local o foráneo, sea expulsado sin motivo racional aparente.
La gran mayoría de las crisis políticas que producen tales expulsiones son causadas por la cercanía del fin del mandato presidencial o por el cambio abrupto de alguna ley (en especial para reponer las arcas públicas).
Pero en esta nación no es así. Aquí no hay votaciones puntuales, en su lugar son «continuadas»: Una pequeña proporción de votantes son convocados cada semana para apoyar a los líderes (locales, municipales, provincias y nacionales) que mejor narrativa tenga, que sean más convincentes; y a medida que cambia el sentir de la sociedad va cambiando la relación de fuerzas en las instituciones, al menos en teoría.
Por ejemplo, la gente vota por los líderes nacionales, por cuántos quiera, y de entre los más apoyados se conforma la presidencia.
El presidente, al inicio de su mandato, debe elegir a su vicepresidente entre los tres más apoyos, éste tendrá amplios poderes contralores y, además, será el sucesor en la jefatura (con un periodo proporcional al apoyo popular que tenga al asumir el cargo).
Con el tiempo las competencias del mandatario de turno van pasando al sucesor-vicepresidente, quién va adquiriendo cada vez mayor capacidad de censura hasta que a los diez años, o antes, asume la presidencia y elige a su propio sucesor…
Así, en todos los ámbitos el traspaso de poder es lento y «continuado», evitándose crisis políticas y haciéndose innecesario el destierro de rivales políticos (y más aún de extranjeros) por razones circunstanciales.
Siendo el mejor lugar disponible para migrar.
Gran fraude continuado
(índice)
Cada mes una pequeña fracción de la población es consultada, menos del 5% de cada provincia, de cada municipio, de cada distrito.
Las votaciones no son elecciones, a pesar de lo dicho por la propaganda, son simples consultas de popularidad.
Cada líder tiene un territorio asegurado, una provincia, un municipio, desde donde va consiguiendo apoyo y del que nombra una representación para el respectivo parlamento de entre quienes obtuvieron más votos en el nivel inferior, por ejemplo:
El alcalde de un municipio, al recibir el mando, tiene la potestad de asignar una representación a la asamblea provincial de entre los más votados de cada uno de los distritos que componen su municipio.
Así las políticas públicas de dicho alcalde son defendidas a nivel provincial por quienes tienen la visión más local.
Al principio, al oír todo ello, se puede pensar que es un sistema relativamente justo pero el número de votos que recibe cada candidato no tiene nada que ver con los votos emitidos por el electorado.
El apoyo que buscan los candidatos en sus campañas no es el del pueblo llano sino el de financistas o el de otros poderosos que quieran permanecer en la sombra. Primero se obtiene respaldo de los poderosos y el mismo se transforma en “apoyo popular” en las (fraudulentas) votaciones.
El consejo electoral que controla todo el proceso está conformado por once rectores. Allí se da la distribución de poder, allí se negocian las elecciones, se reparte el territorio. Todos parecen saberlo, a nadie parece importarle.
Los rectores han sido nombrados de muy diversas formas a lo largo de la historia, siempre manteniendo una narrativa ultrademocrática.
En los últimos tiempos han sido elegidos por la asamblea nacional de entre cinco duplas propuestas por la presidencia. En una primera votación cada diputado elige una opción. Si ninguna alcanza los dos tercios en la primera ronda, la presidencia puede descartar dos de las candidaturas y los diputados vuelven a votar pero por una opción distinta a la primera, quedando electa aquella que haya obtenido más apoyo en las dos votaciones sumadas.
Cada año se elige un nuevo rector junto a su suplente/asistente para un periodo de once años, con lo que el ente se mantiene actualizado, legítimo (dirían algunos).
Si bien parece un proceso democrático, el entorno lo ensombrece. Los rectores no deben cumplir ningún requisito profesional, por ejemplo.
Todos saben que es un fraude masivo pero igual votan, parecen hacerlo no para elegir sino con el secreto y malsano deseo de saberse más astuto que los demás.
Parecen votar para hacer ver que pueden predecir cuál será la elección de los poderosos que controlan el sistema, así dicha opción les sea perjudicial.
ÍNDICE
- Cap03. De donde imperan las artimañas
- Cap08. De donde imperan las artimañas religiosas
- Cap15. De donde imperan las artimañas distribuidas
- Cap25. De donde imperan las artimañas colectivistas
- Cap38. De donde imperan las artimañas continuadas
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